lunes, 7 de julio de 2008

DISPORA SEFARDITA EN ITALIA

Hasta la llegada de los desterrados de España y Portugal la población judía en los diferentes estados italianos era muy reducida, y debido a su gran dispersión geográfica, su presencia social y cultural casi permaneció desapercibida en los primeros momentos, aunque en ciertos lugares como Roma y Ferrara, por ejemplo, hallaron asilo algunos de los expulsados de España en 1492, y tal vez puedan estos exilados ser considerados como los pioneros del judaísmo sefardí en Italia. El propio papa Alejandro VI (de origen español, ya que pertenecía a la familia valenciana de los Borja, italianizados como Borgia) acogió bien en los territorios pontificios de Italia y Francia tanto a los judíos expulsos como a los conversos. Sabemos que en 1524, en época de Clemente VII, había en Roma una sinagoga llamada de los catalanes y otra de los castellano-aragoneses, evidentemente constituidas por judíos expulsos. La situación, empero, se deteriora con el pontificado de Pablo IV (1555-1559), quien obliga a los judíos a vivir en los barrios más insalubres de Roma, les impone el uso de distintivos en la ropa y les prohibe determinadas actividades comerciales. Es también durante este papado cuando la Inquisición abre un gran proceso contra los marranos o criptojudíos de Ancona. Pero las primeras corrientes inmigratorias que imprimieron un sello significativo en el judaísmo sefardí italiano llegaron en la cuarta década del siglo XVI. Por aquel entonces comenzaron a establecerse en diferentes localidades italianas grupos de judíos levantinos provenientes del Imperio Otomano de los cuales un elevado porcentaje era de origen ibérico. A ellos se fueron sumando por esos mismos años nuevas olas de refugiados lusitanos que escaparon de las primeras persecuciones inquisitoriales en Portugal. Pero no todos los conversos que arribaron al territorio italiano optaron por plegarse al judaísmo, no faltaron quienes prefirieron mantener la identidad cristiana, algunos por convicción religiosa, otros por conveniencia social y económica. La cuestión es que una importante masa de estos refugiados optó por asumir declaradamente su identidad judía. En Italia se les designaba con el nombre de "ponentinos", para diferenciarlos de los "levantinos" que llegaron del oriente.
Rápidamente se integraron a una extensa red de firmas comerciales y financieras que se extendía desde el Imperio otomano hasta los Países Bajos y aunaban intereses económicos de judíos y conversos por igual.
Muchos de ellos se destacaron como empresarios de gran creatividad y banqueros de vastos recursos, en conjunto desempeñaron un papel preponderante en el tráfico mediterráneo, muy particularmente en el que se llevaba a cabo entre Italia y el Imperio Otomano. Su experiencia comercial y su falta de miedo ante el riesgo económico, los convirtió en un elemento social codiciado por muchos príncipes y gobernantes italianos. Tampoco los papas pudieron permanecer indiferentes ante las amplias posibilidades comerciales que estos mercaderes y hombres de negocios les abrían. Es así que incluso los príncipes de la Iglesia Católica optaron por no prestar atención al origen de aquellos judíos ponentinos, que no eran sino excristianos nuevos que habiéndose desentendido de su bautismo se plegaron a la fe judaica.
Para evitarles inconvenientes con cualquier autoridad secular o eclesiástica, les fueron otorgados privilegios y franquicias que los excluían de toda posible investigación respecto a su pasado. Esta actitud tan magnánima, condicionada por un evidente pragmatismo, permitió el establecimiento de comunidades sefardíes en Ancona, Ferrara y Florencia. En la ciudad de Ferrara, los duques d'Este permitieron el asentamiento ya desde 1492. En 1538 el duque Ercole II invita expresamente a venir a todos los judíos de España o que hablen español o portugués, produciendo el efecto deseado: la afluencia de judíos orientales y criptojudíos portugueses, que contribuyen a animar no sólo la vida comercial de la ciudad sino también la cultural. En la imprenta ferrarina de Abraham Usque y Yom Tob Atias (ambos de origen portugués) se imprime en 1553 una de las obras capitales de la literatura de los sefardíes: la Biblia de Ferrara, traducción ladinada (es decir, calcada del hebreo con palabras españolas) que continúa la tradición de romanceamientos bíblicos medievales y que se seguirá imprimiendo hasta el siglo XVIII. Y en la misma imprenta el hermano de Abraham, Samuel Usque, publicará una de las obras más importantes de la literatura de los sefardíes portugueses: la Consolaçam as tribulaçoens de Israel (Díaz Más, 1986, p. 55 y ss).
Otras ciudades de Italia habían imitado el ejemplo de Ferrara, admitiendo a los expulsados de la Península Ibérica y sus descendientes: así, los duques de Toscana procuraron atraer por su buena fama de comerciantes a marranos a las ciudades de Pisa y Liorna, cuyas comunidades judías adquirieron así un fuerte componente sefardí. El puerto de Ancona, tan importante para la economía del estado papal, se convirtió, gracias a la actividad de sus mercaderes judíos, en un centro vital para el tráfico con Ragusa y desde allí con Vallona, Salónica y Constantinopla. Esta situación cambió radicalmente en tiempos de Paulo IV, que concebía semejante actitud como sacrílega por lo que anuló todos los privilegios concedidos por sus antecesores a los judíos de sus estados.
Los comienzos de los sefardíes en Venecia no fueron fáciles, porque en esta ciudad no había comunidad judía constituida en el momento de la expulsión. Sin embargo, poco a poco fueron asentándose judíos (sefardíes y de otros orígenes) en el Véneto, y ya en 1513 se les autorizó a vivir dentro de la ciudad, en una isla que se llamó el Ghetto Nuovo. Venecia, con su pujante actividad comercial fue asentamiento de muchos comerciantes y también una importante escala para otros que, tras pasar unos años en la ciudad acabaron por asentarse en el vecino imperio turco. Venecia se convirtió indudablemente en el centro más importante de la diáspora sefardí occidental, desde finales del siglo XVI. Muchos conversos de la Península Ibérica optaron por mantener su identidad cristiana. Otros continuaron con la doble vida de criptojudíos que los caracterizará allí. A mediados del siglo XVI fueron expulsados de la ciudad todos los habitantes cristianos nuevos, ante la firme e insistente presión de los comerciantes locales. Pero cuando las autoridades de la República Veneciana tomaron conciencia de que los comerciantes judíos levantinos y ponentinos por igual eran los únicos dispuestos a tomar sobre sí los riesgos que acarreaban las largas y peligrosas travesías al Oriente, les concedieron la posibilidad de volver a establecerse en la ciudad, ofreciendo incluso incentivos para los que volviesen o se asentasen allí por primera vez.


Isaac Abravanel (Lisboa, 1437 - Venecia, 1508) fue un teólogo, comentarista bíblico y empresario judío que estuvo al servicio de los reyes de Portugal, Castilla y Nápoles, así como de la República de Venecia. Fue el padre del conocido filósofo León Hebreo.

Sus antecesores pertenecían a una destacada familia de judíos de Sevilla, que emigró a Portugal tras las persecuciones de 1391 (Su abuelo, Samuel Abravanel, había sido tesorero de Enrique II y de Juan I, de Castilla). Fue tesorero del rey de Portugal, Alfonso V, pero, al relacionársele con un complot contra su sucesor, Juan II, huyó en 1483 a Castilla, donde residió primero en Plasencia , y posteriormente en Alcalá de Henares y Guadalajara. Fue agente probado, comercial y financiero, de Isabel la Católica, a la que prestó importantes sumas para financiar la guerra de Granada.

Se negó a convertirse cuando el edicto de Granada dispuso la expulsión de los judíos de España, que él había intentado inútilmente evitar utilizando su influencia sobre la reina, y se instaló en el reino de Nápoles, donde estuvo al servicio del rey Ferrante y de su sucesor, Alfonso II. Cuando el reino fue invadido por Carlos VIII de Francia, Abravanel debió exiliarse a Sicilia con el rey Alfonso II. Posteriormente residió en Corfú, en la ciudad de Monopoli, en el norte de África, y por último en Venecia, donde falleció en 1508.

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ISAAC ABRAVANEL llega a ITALIA (NÁPOLES)


Llegados desde Sefarad (ESPAÑA en hebreo)
Al expirar el plazo del edicto de Expulsión en 1492, después de navegar hacinados compartiendo hambre y enfermedades, un numeroso grupo de judíos españoles, entre los que se encontraba el gran Isaac Abravanel, consiguió permiso para atracar en el puerto de Nápoles. No obstante su aspecto y estado deplorables, el rey Ferrante I de Nápoles los autorizó a permanecer en sus dominios, sabiendo de sus habilidades para el comercio.
Sus expectativas no se vieron defraudadas, “...tal como había previsto Ferrante, estos inmigrantes demostraron ser un colectivo vibrante y desplegaron todas las habilidades tradicionales, desde el pequeño comercio a la banca mercantil...” dice Howard M. Sachar (1). Isaac Abravanel, fue considerado ciudadano distinguido y se le encomendó la supervisión de las recaudaciones fiscales.
De esta forma el ilustre hombre volvió a conquistar el nivel económico que gozaba antes de la expulsión, junto a sus hermanos y a sus tres hijos; y una vez consolidada su fortuna retornó a sus estudios, retirándose de la actividad comercial.
Pero en 1510, y tras diez años de incertidumbre, los judíos fueron expulsados por orden de los fanáticos, tras la división del reino entre Aragón y Francia. Tres décadas después (no obstante la tolerancia local), el reino se despoblaría de judíos. Estos se trasladaron masivamente a Roma donde el papado del renacimiento era mucho más moderno y donde ya no quemaban “infieles”. Allí se encontraron con una pequeña comunidad de judíos que residía en barrios marginales del Trasteveré, y que el viajante Benjamín de Tudela estimara en un millar en el siglo XII. Otros, de origen ashkenazí, habitaban la zona del norte de Italia, donde habían sufrido restricciones en sus actividades comerciales. En busca de desarrollo, las pequeñas repúblicas y ducados comenzaron a confiar a los nuevos judíos residentes las tareas de agentes de comercio y bolsa, o de importadores de productos del Medio Oriente (2).
En Ferrara, se extendió a los judíos que escapaban, una invitación a establecerse dentro de sus dominios. Debido a esa actitud permisiva, esta ciudad se convirtió en centro de la vida religiosa y comunal de los judíos italianos. El renacimiento permitió salir del letargo en que estuvieron por siglos, donde ahora convivían las viejas comunidades, los ashkenazíes del centro de Europa y los nuevos sefaradíes. Estos últimos, a diferencia de lo sucedido en los Países Bajos, no encontraron terreno libre para ser dirigentes comunales, sino que debieron adaptarse a grupos bien organizados y modernizados con quienes, en principio, tuvieron inconvenientes para integrarse.
Hubo además distintas migraciones posteriores, como la arribada desde Alemania de contingentes ashkenazíes en el siglo trece. Entre los siglos XV y XVI arribaron los sefaradíes expulsados en 1492, y más adelante, los provenientes de países musulmanes. Esto imprimió gran diversidad en la forma de culto de las diferentes colectividades judías de las principales ciudades de Italia en el siglo XX. Si bien no eran numerosos, comparados con las grandes comunidades del Imperio Otomano, Roma poseía sinagogas para el ritual italianizado, ashkenazí, judeo-español y la variante catalano-aragonesa.

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